la lista de la compra de flaubert
En la universidad me convertí en un fan absoluto de cierto tipo de narrativa británica del siglo XVIII y francesa del XIX. A principios de 2007 abrí [ el ojo fisgón ] y poco después me alegró empezar a encontrarme una y otra vez con que varias pequeñas editoriales independientes españolas de aparición más o menos reciente estaban publicando títulos no sólo de algunos de mis narradores franceses favoritos —Balzac, Flaubert, Maupassant, Stendhal o Zola—, sino también de algunos otros clásicos europeos. Me refiero a editoriales como Cabaret Voltaire, El olivo azul, Funambulista, Impedimenta, Marbot, minúscula, Nevsky, Nórdica, Páginas de espuma, Periférica y Sexto piso.
En la primavera de 2008 le expresé mi entusiasmo a una joven editora que hacía poquísimo había abierto una pequeña editorial independiente, que entre muchas otras cosas estaba publicando obras de algunos de los autores franceses del siglo XIX que más me gustan. Le comenté a la editora que me emocionaba muchísimo que algunas de las jóvenes editoriales españolas estuvieran apostando por autores fundamentales de la tradición literaria occidental —más que todo franceses y británicos—. Con el sentido crítico que la caracteriza, la editora me recomendó moderar mi entusiasmo ante lo que en su opinión podía ser un juego tramposo porque para los editores esos autores a los que yo estaba haciendo referencia podían ser un filón relativamente fácil de explotar.
Los argumentos que me dio la editora para cuestionar las virtudes de la recuperación de textos clásicos de los siglos XVIII y XIX son los siguientes:
– por tratarse de obras de dominio público, los editores no tienen que pagar derechos para poder publicarlas.
– a menudo se trata de trabajos menores de poco valor literario que ocupan un lugar marginal tanto en la obra de sus autores como en la tradición literaria.
– como sus autores se consideran canónicos en el ámbito de la literatura occidental, la marca del autor es un valor seguro para muchos lectores y puede ser un argumento a favor no sólo de la inclusión de algunas obras en las compras de bibliotecas y en los programas de estudios tanto de colegios como de universidades sino también de la obtención de ayudas a la traducción.
En síntesis, la editora consideraba que debido a estas tres circunstancias la recuperación de textos clásicos de los siglos XVIII y XIX que en ese momento era tan popular en la edición independiente española podía llegar a ser una apuesta bastante fácil porque suponía unos costes y un riesgo más bien bajos para los editores. Dicho esto, reconozco que sus argumentos me parecieron más que razonables y legítimos.
Hacia mediados de 2011 me encontré con una veterana editora que definía la joven editorial para la que trabajaba como “independiente” a pesar de que pertenecía a un gran grupo extranjero. Esta editora que estaba apostando por traducir de lenguas como el alemán, el francés, el inglés o el italiano obras de autores contemporáneos consideraba que la mayoría de las veces la recuperación de textos clásicos no aportaba mayor cosa y no les auguraba un buen futuro a las editoriales que estaban trabajando tan enfáticamente en esa línea.
– ‘Algún día una de estas editoriales terminará publicando la lista de la compra de Flaubert’, dijo la editora subrayando con muy mala leche la irritación que el tema le producía.
A priori me parece importante que el lector contemporáneo tenga la oportunidad de acceder a obras de autores clásicos que no estén disponibles en el mercado bien sea porque hasta ahora no han sido traducidas o bien porque desde hace un tiempo se encuentran descatalogadas —sobre todo si se hacen ediciones tan cuidadas como las que vienen haciendo las editoriales que he mencionado en el primer párrafo de esta entrada—. Y también me parece necesario que cada cierto tiempo se hagan nuevas traducciones de los clásicos escritos en lengua extranjera que siguen formando parte del repertorio de lecturas de una sociedad determinada o que se incorporan a éste —lo cual, además, supone una oportunidad estupenda para quienes se dedican a la traducción—.
El hecho de que las valoraciones que se hacen tanto de los autores como de sus obras cambien de una época a otra me lleva a plantearme varias preguntas: ¿vale la pena publicar todo lo que escribieron los autores que hoy en día se consideran canónicos? ¿Por qué ciertas obras de autores clásicos nunca han estado disponibles en una lengua o llevan tanto tiempo sin estarlo? ¿Cuáles obras de estos autores merecen ser puestas a disposición del lector contemporáneo?
A través de las pequeñas editoriales independientes mencionadas no sólo he descubierto varios trabajos poco conocidos o menores de algunos autores clásicos europeos —a menudo bastante curiosos—, sino que además he accedido a nuevas versiones de algunos títulos emblemáticos de su obra. Un aspecto que me llama la atención es que hasta ahora que yo recuerde ninguna de estas pequeñas editoriales independientes ha publicado un título clásico europeo que además de tener un alto valor literario sea de gran envergadura —un territorio del que quizás debido tanto a la magnitud del trabajo como al coste económico que éste supone están ocupándose sobre todo editoriales pertenecientes a grandes grupos como Alba, Alianza, Cátedra o Mondadori—. Mención aparte merecen las ediciones de los cuentos completos de Chéjov, Maupassant y Poe que ha publicado Páginas de espuma.
En el caso de la pequeña edición independiente las líneas editoriales que en términos generales encuentro más interesantes son justamente las que exploran territorios distintos de la recuperación de clásicos europeos.